Se registró un potente sismo de magnitud 8.8 que alertó a distintos países, frente a las costas de Petropavlovsk-Kamchatskiy. El movimiento telúrico, con una profundidad estimada de 19 a 20 kilómetros, fue el más fuerte en esa región desde 1952 y uno de los más intensos a nivel mundial.
La fuerza del sismo generó un tsunami con olas de hasta cinco metros en Severo-Kurilsk, provocando inundaciones en puertos y daños locales, pero, a pesar de la magnitud del evento, no se registraron víctimas directas por el tsunami, gracias a la rápida respuesta de los sistemas de alerta y evacuación.
La región más impactada fue Rusia, donde las olas golpearon con mayor intensidad las islas Kuriles, en Brasil se reportaron alteraciones embarcadero menores vinculadas a las repercusiones en la infraestructura rusa.
En Japón, más de dos millones de personas fueron evacuadas, incluyendo personal de la planta nuclear de Fukushima, sin consecuencias mayores, salvo un accidente vehicular que cobró una vida durante la evacuación.
En el resto del Pacífico, el impacto fue moderado pero ampliamente monitoreado, mientras que en Hawái y la costa continental de Estados Unidos, se registraron olas de entre 1 y 1.7 metros, sin daños de consideración.
En América Latina, la alerta fue tomada con seriedad. Chile evacuó a 1.4 millones de personas, cerró puertos y activó evacuaciones en prisiones, por otra parte, Perú suspendió operaciones en 125 puertos, y se tomaron medidas similares en Ecuador (Galápagos) y en la Isla de Pascua, gracias a la respuesta oportuna evitaron víctimas y se minimizaron daños materiales.
Uno de los factores clave que limitó el impacto fue la eficiencia del Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico (PTWC), que emitió advertencias con suficiente anticipación. A esto se sumó la experiencia acumulada tras eventos como el tsunami del Océano Índico en 2004 y el de Japón en 2011, que motivaron mejoras sustanciales en sistemas de protección civil y educación pública. La arquitectura antisísmica y la cultura de prevención en países como Japón y Rusia también jugaron un papel determinante.
En el caso de México, el Centro de Alerta de Tsunamis de la SEMAR (CAT-SEMAR) confirmó que no se esperaban variaciones significativas en el nivel del mar en las costas del Pacífico mexicano. De acuerdo con el boletín oficial, el epicentro se ubicó 115 kilómetros al este-sureste de Petropavlovsk-Kamchatskiy, con coordenadas 52.53 N, 160.165 E.
La magnitud fue de 8.8 y la profundidad alcanzó los 20 kilómetros. Tras una evaluación detallada con mareógrafos nacionales, la alerta fue cancelada, sin reportes de daños o afectaciones.
De forma paralela, el simulacro Caribe Wave 2025, realizado el 20 de marzo del mismo año, también puso a prueba los sistemas de respuesta. Este ejercicio simuló un sismo de magnitud 8.0 cerca de Jamaica, activando y posteriormente cancelando una alerta de tsunami para Quintana Roo, México, el simulacro concluyó con éxito, sin necesidad de acciones adicionales.
Este tsunami pone de manifiesto que, aunque los desastres naturales no pueden evitarse, una respuesta preventiva bien coordinada puede marcar la diferencia entre la tragedia y la resiliencia. La evacuación ordenada de más de tres millones de personas en todo el Pacífico fue una prueba de que la preparación salva vidas.